Monday, August 14, 2006
Silencio prematuro
Tengo aun los ojos cerrados, escucho los gritos, las voces, los disparos, la sangre que corre, tendido en el cálido sueño siento las pisadas asesinas que con ráfagas fulminantes determinan el juzgamiento, la defensa y la pena de muerte, en un lugar donde no puede quedar ni Dios ni testigos, nunca sabré cuentos son, si son diez, veinte, uno de quienes tendidos en el suelo, nos ha llegado nuestro Apocalipsis now
Escucho aun los gritos de una niña de cinco, siete o diez años, sus lagrimas son mi inmovilidad, no se si por miedo o por cobardía pero no siento mi cuerpo. Es un despertar macabro en un ritual de sacrificio pagano a un dios sanguinario, a su entrecortada voz que clama salvación, la niña es salvada del dolor gracias a un disparo de gracia, aun sigo con el temor de abrir los ojos para no ser descubierto y perder lo único que tengo, mí triste y desdichada vida, aquí me hallo consumiendo la sangre de la persona que está a unos treinta centímetros, que con su sangre no solo empapa su humanidad sino también la mía. Sabe, pienso y huele aun a sangre caliente.
Un motor a lo lejos escucho, unos pasos, unos gritos no de dolor sino de alegría, que produce la labor cumplida no sin antes ráfagas de 7.62 que recaen en la humanidad perdida de quienes como yo estamos en el suelo. A dos o tres metros de mi, mi verdugo seguramente feliz se acerca a mí, pero un grito seco hace que mi posible asesino retroceda corriendo a lo lejos de mí, suben, gritan, colocan música alegre, en la parafernalia de la eterna dualidad del placer y el dolor, se han ido con el arranque fuerte del motos, no sin antes gritar “VIVA COLOMBIA!”
Silencio Póstumo
Han pasado ya quince siglos, años pero sinceramente minutos, mortales minutos, abro los ojos aun con temor pero con resentimiento, veo a unos cuantos metros la niña inocente que manchada de rojo su linda jardinera azul, veo un hombre de camisa blanca y pantalón claro que me mira pues no alcanzo a cerrar los ojos.
La sangre que me cobijaba, ayudaba, la misma que manchaba mi cuerpo, la cual pensé que era de un hombre, era de una bella mujer la cual recostó su cuerpo cerca al mío, para salvarme.
Aun no entiendo lo que siento, hombres, mujeres, niños yacen en el suelo, levanto mi cuerpo con ganas de gritar pero recuerdo donde estoy, me intimida saber que volverán por mi, nunca sabré quien fue, ni me importa, solo se que la prensa escrita dirá que una masacre de veinticinco personas paso en un lugar muy lejano de la capital, que no hubo sobrevivientes, pues nunca sabrán que soy testigo de excepción de una terrible orgía orquestada con fusiles.
Grito Póstumo
Ahora diez años después, inicio mi día sin saber si agradecer al todopoderoso o renegando si en ves de mi esa niña se hubiese salvado, pero es algo que deseo olvidar, en el exilio de mi país, que recuerdo cada día que miro a la distancia, cierro los ojos, los vuelvo a abrir para seguir jugando con mi hija de tres años que tiene el mismo rostro de mi esposa a quien amo con toda mi alma, sin que sepa que soy el sobreviviente de lo que algunos llaman vida.
* El texto anterior, nació por la imaginación del autor, no fue un caso especifico pero nace a partir de miles de historias recreadas por macabras fiestas ocurridas en Colombia en los inicios de los años noventa y trato de recrear la zona bananera la cual la historia recordara como una zona peligrosa pero que ahora es un lugar de vida.
Tengo aun los ojos cerrados, escucho los gritos, las voces, los disparos, la sangre que corre, tendido en el cálido sueño siento las pisadas asesinas que con ráfagas fulminantes determinan el juzgamiento, la defensa y la pena de muerte, en un lugar donde no puede quedar ni Dios ni testigos, nunca sabré cuentos son, si son diez, veinte, uno de quienes tendidos en el suelo, nos ha llegado nuestro Apocalipsis now
Escucho aun los gritos de una niña de cinco, siete o diez años, sus lagrimas son mi inmovilidad, no se si por miedo o por cobardía pero no siento mi cuerpo. Es un despertar macabro en un ritual de sacrificio pagano a un dios sanguinario, a su entrecortada voz que clama salvación, la niña es salvada del dolor gracias a un disparo de gracia, aun sigo con el temor de abrir los ojos para no ser descubierto y perder lo único que tengo, mí triste y desdichada vida, aquí me hallo consumiendo la sangre de la persona que está a unos treinta centímetros, que con su sangre no solo empapa su humanidad sino también la mía. Sabe, pienso y huele aun a sangre caliente.
Un motor a lo lejos escucho, unos pasos, unos gritos no de dolor sino de alegría, que produce la labor cumplida no sin antes ráfagas de 7.62 que recaen en la humanidad perdida de quienes como yo estamos en el suelo. A dos o tres metros de mi, mi verdugo seguramente feliz se acerca a mí, pero un grito seco hace que mi posible asesino retroceda corriendo a lo lejos de mí, suben, gritan, colocan música alegre, en la parafernalia de la eterna dualidad del placer y el dolor, se han ido con el arranque fuerte del motos, no sin antes gritar “VIVA COLOMBIA!”
Silencio Póstumo
Han pasado ya quince siglos, años pero sinceramente minutos, mortales minutos, abro los ojos aun con temor pero con resentimiento, veo a unos cuantos metros la niña inocente que manchada de rojo su linda jardinera azul, veo un hombre de camisa blanca y pantalón claro que me mira pues no alcanzo a cerrar los ojos.
La sangre que me cobijaba, ayudaba, la misma que manchaba mi cuerpo, la cual pensé que era de un hombre, era de una bella mujer la cual recostó su cuerpo cerca al mío, para salvarme.
Aun no entiendo lo que siento, hombres, mujeres, niños yacen en el suelo, levanto mi cuerpo con ganas de gritar pero recuerdo donde estoy, me intimida saber que volverán por mi, nunca sabré quien fue, ni me importa, solo se que la prensa escrita dirá que una masacre de veinticinco personas paso en un lugar muy lejano de la capital, que no hubo sobrevivientes, pues nunca sabrán que soy testigo de excepción de una terrible orgía orquestada con fusiles.
Grito Póstumo
Ahora diez años después, inicio mi día sin saber si agradecer al todopoderoso o renegando si en ves de mi esa niña se hubiese salvado, pero es algo que deseo olvidar, en el exilio de mi país, que recuerdo cada día que miro a la distancia, cierro los ojos, los vuelvo a abrir para seguir jugando con mi hija de tres años que tiene el mismo rostro de mi esposa a quien amo con toda mi alma, sin que sepa que soy el sobreviviente de lo que algunos llaman vida.
* El texto anterior, nació por la imaginación del autor, no fue un caso especifico pero nace a partir de miles de historias recreadas por macabras fiestas ocurridas en Colombia en los inicios de los años noventa y trato de recrear la zona bananera la cual la historia recordara como una zona peligrosa pero que ahora es un lugar de vida.